Jose Manuel Rojo
Espejismo y materialización del objeto fantasma
“Yo entré en lo surreal por el pórtico que acababa de abrir la desaparición de Éluard”, recordaba Pierre Naville en las memorias y reflexiones que dedicó a aquel Tiempo pasado pero nunca perdido, apuntando cómo la desaparición misteriosa de un ser humano abre a su alrededor un abismo de desazón, remordimiento y enigma aun más grande que la propia muerte, que al menos ofrece a cambio de su desolación irreparable el consuelo de una certeza brutal y sin fisuras que es también un punto y aparte, y la posibilidad de pasar página por muy negra que esta sea. Aunque Éluard regresó del “viaje idiota” de siete meses que en 1924 le llevó a Java y Oceanía, Naville se preguntaba con razón si el interés y el estudio experimental de los “deslizamientos fuera de la presencia que se manifestaban alrededor del surrealismo”[1], esa obsesión por los encuentros inesperados con personas inquietantes o misteriosas, preferiblemente mujeres, que tenían el aire fatal de vagar perdidas, o de perderse después de un primer avistamiento, no sería “una premonición o una advertencia de todo lo que ha pasado después”: la Era del Desaparecido del siglo XX, empezando por los millones de víctimas evaporadas sin dejar rastro en las carnicerías, holocaustos, fosas comunes y diásporas provocadas por las guerras y las dictaduras de cualquier signo y latitud, hasta llegar a la condición borrosa de todos esos pequeños opacos que se deslizan por el anonimato generalizado de las grandes ciudades. Quizás entonces más que del Desaparecido haya que hablar del Fantasma, pues tal es el estado que este alcanza cuando los años y las décadas pasan pero su recuerdo no, y en efecto fantasmas y espectros protagonizaron muchos de los encuentros que los surrealistas documentaron entre una oleada de noche y otra de día: la extraviada inasible que desfiló ante André Breton, Louis Aragon y André Derain en las calles del distrito VI de París, los súcubos que Aragon se propuso catalogar para mejor aprehender su realidad tan perturbadora como esquiva, o la gentil aparición que visitó a Robert Desnos ciertas noches de noviembre de 1926. Sea como fuere, el enigma del Desaparecido, o de su Fantasma, no sólo ha seguido encantando a los surrealistas hasta el día de hoy, sino también a ciertos espíritus marcados por este movimiento, en mayor o menor grado pero nunca superficialmente, como David Lynch, J. G. Ballard, Patrick Modiano o W. G. Sebald, lo que indica la profundidad de una herida de civilización que las Comisiones de la Verdad y las leyes de Memoria Histórica nunca lograrán cicatrizar, pues se enraíza y se extiende más allá de las sevicias de la guerra y de la represión política.
De la misma manera, podríamos preguntarnos qué hay detrás de la pasión surrealista por el objeto, y más concretamente el objeto encontrado. Sin duda muchas cosas, y más de una relacionada aun oblicuamente con el sistema mercantil reinante, por lo que es lugar común decir que la magia y la fascinación y las pulsiones ocultas que puso en juego tienen mucho que ver, histórica y dialécticamente, con el fetichismo de la mercancía. Una mistificación análoga las recorre, en tanto que el deseo surrealista y la avidez del valor desvían al objeto usual y vulgar de su naturaleza intrínseca, forzándolo a desempeñar un papel muy distinto en un drama imprevisto que sin embargo y obviamente tiene una lógica, un sentido y un objetivo completamente distintos y opuestos: la revelación liberadora y enriquecedora del inconsciente y de la poesía para el surrealismo, el embrujo catatónico y adictivo del consumidor para la economía. Pero tal aire de familia ha llevado a su vez a conclusiones muy arriesgadas, aunque no carentes de interés. Así por ejemplo, se ha dicho que “acosar a la bestia loca del uso” cargando contra la ideología utilitarista y pragmática del objeto industrial, esa “utilidad convenida (aunque a menudo impugnable) que atiborra el mundo llamado real”[2], porque censura e impide la irrupción de cualquier otro tipo de relación sensible, afectiva e imaginativa con el objeto y con la realidad[3], no dejaba de ser un beau geste estéril y hasta contraproducente, propia de aquella caballería andante al servicio de la Revolución. Estéril, porque la utilidad o no utilidad de la mercancía es lo que menos importa tanto a quien lo fabrica, publicita y vende, como al que lo codicia, compra y consume como signo de ostentación, prueba de integración social o simplemente señal de supervivencia; contraproducente, porque la mutación de función imaginaria y deseante, que según Breton podía y debía transformar los objetos, es precisamente la que está programada y descontada en la operación fetichista que viste de tentadora seda prodigiosa a la repulsiva mona artificial de la mercancía. De tal observación se puede pasar a defender mucho más imprudentemente, como hizo Vaneigem, que los surrealistas fueron hasta cierto punto culpables de preparar el terreno a la fascinación por el gadget, por su “creencia en el choque del ´objeto perturbador´, del cual el surrealismo no había previsto su conversión en mercancía y en cachivache de condicionamiento”[4], cuando de la misma manera se podría proponer lo contrario: que estos objetos eran la negación del gadget y de su mística. En efecto, quizás solo imantando al objeto banal con un deseo único, intransferible y rabiosamente subjetivo se le podría inmunizar de esos dos males necesariamente complementarios que le someten y anulan: deber (aparentemente) su creación a la mera razón práctica proba y racional, y ser (realmente) ilusión quimérica y vacía diseñada por y para el valor de cambio, de tal forma que “el objeto surrealista permite un redescubrimiento del uso reinscribiéndolo en el campo más vasto de la latencia fantasmática, ya no como categoría, sino como virtualidad pura del usar, esto es, invención liberada de la limitación del diseño y de la determinación del prestigio”[5].
Claro que si aceptamos esta hipótesis es asumiendo el riesgo de concebir una utilidad que, sin ser la comercial, tampoco sería ya la convencional que dicta el sentido común, aquella utilidad convenida que cada objeto arrastraría como si fuera su sombra como prueba irrefutable de que ha escapado del embrujo mercantil y de cualquier otro. Pero es que el objeto químicamente puro nunca ha existido en la historia, y tal vez el punto débil de la crítica de la mercancía ha sido ignorar, o al menos pasar por alto, que los objetos y las cosas no pueden reducirse a su sano, saludable y necesario valor de uso totalmente inmune a cualquier contaminación mítica, mística, analógica, irracional, poética o afectiva, que es imposible que lo hagan incluso en una sociedad libertaria, que de ninguna manera lo hicieron en las sociedades primitivas donde una lanza era una lanza y a la vez un amuleto mágico hermanado con la raíz de un árbol o la trompa de un elefante o el espíritu de un antepasado, y que, en fin, el ser humano es simbólico por naturaleza y extiende la enfermedad sagrada de la analogía a todo lo que le rodea, pues en efecto en todo quiere encontrar a sí mismo, o a su otro. Por ello, cuando contra la ignorancia y la nulidad programadas de la irresponsabilidad tecnológica de mercado se pide con acierto la reapropiación de los saberes y utilidades que nos han sido expropiados, tanto del ser humano como de las herramientas y objetos concretos que utiliza y de los que gusta rodearse, habría que recordar que hay más usos y más utilidades aparte de las que el racionalismo positivista (y finalmente industrial y capitalista) reconoce y legitima, pues “el papel utilitario de un objeto nunca justifica su forma; dicho de otro modo, el objeto desborda siempre el instrumento. Así, es posible descubrir en cada objeto un residuo irracional, determinado entre otras cosas, por las representaciones del inventor o del técnico”[6]. De ahí que lo imaginario sea ya y siempre lo real, y que, como observaba Claude Cahun, se de la deliciosa paradoja de que sea muy aconsejable “descubrir, manejar, domesticar, fabricar uno mismo objetos irracionales para apreciar el valor particular o general de los que tenemos ante la vista”, para lo cual “los trabajadores manuales estarían mejor situados que los intelectuales para comprender su sentido, si toda la sociedad capitalista, incluida la propaganda comunista, no les apartara de ello”[7].
Si no fuera así, si no existen residuos irracionales ni descubrimiento y redescubrimiento alguno del objeto y de la realidad, ¿qué habría podido, por poner un ejemplo de un fenómeno tan generalizado que pasa inadvertido, qué ha logrado entonces transfigurar un humilde tarro de piña en conserva en nada menos que el alma de Atala, tal y como el dandy funambulesco Monsieur de Bougrelon describía a sus atónitos interlocutores? “El alma de Atala, era una piña en un bote de conserva, pero ¡qué piña, qué jugo y qué tarro! Cuando lo descubrimos, M. de Mortimer y yo en el escaparate de aquella tienda de ultramarinos del Dam, súbitamente se inundó de luz lo más recóndito de nuestras almas y se arrebató el fondo de nuestros corazones…Aquel tarro brillaba como una esmeralda monstruosa en la que hubiesen incrustado una fruta con palmas de oro…Aquella piña, señores, era el ojo de Barbara y tambien las profundidades del mar”[8]. Naturalmente, a Bougrelon y a su amigo les faltó tiempo para comprar el tarro, símbolo y encarnación de “todo lo sublime de la Invitación al Viaje, todo Baudelaire en el escaparate de un abacero”, pero, ¿quién había obrado semejante transmutación de la mercancía más anodina? ¿La magia de la mirada alucinada del poeta que obra prodigios en las cosas más humildes, como propuso Rimbaud y más tarde pondría en práctica la mirada campesina de Aragon en el parisino Pasaje de la Ópera, o los prestigios planificados de la economía que trasviste la nadería más fútil con la “visión transparente y verde” del deseo? Porque el problema final es que el objeto debe ser transfigurado, y de quien y cómo oficie esa ceremonia de metamorfosis, la poesía o el dinero, dependen muchas cosas.
Pero una vez dicho esto, y seguramente por ello mismo, desde otro punto de vista la poética tan materialista como metapsíquica del objeto encontrado tal vez esconda una tragedia distinta, un angustioso teatro de sombras en el que el objeto no es sino un doble, una sustitución, un síntoma de algo que es justamente su contrario: el objeto perdido, aquella cosa inasible que no se encuentra ni se deja encontrar. En efecto, el régimen de consumo compulsivo que se desplegó a lo largo del siglo XX (y lo que le queda…) generó la persecución de un fantasma inasible, un objeto imposible que debía encontrarse en alguna parte puesto que la publicidad lo anunciaba, un Santo Grial del deseo que por fin saciara la sed que la Mercancía despertaba a través de sus infinitas encarnaciones, aquella tal vez, o esa otra, o la próxima novedad que escupiera el mercado. Naturalmente, tal cosa no podía existir, si no era como fantasma, so pena de reventar todo el funcionamiento de la tramoya de la mercancía, que se sustenta y desarrolla vendiendo utilidades que no tiene para satisfacer seudonecesidades que ella mismo inventa. Fantasma, objeto fantasma, sí, que nacido de la ansiedad creada por la separación entre la vida individual y social y el trabajo abstracto inmolado en el altar del lucro ha terminado por contagiar toda la existencia, de tal forma que del deseo y la necesidad insatisfechas que buscan a ciegas al objeto fantasma, hemos pasado al sentimiento generalizado y difuso de que falta algo: que, como dice la expresión popular, al mundo le falta un tornillo, un punto de referencia que se ha perdido, una pieza del mecanismo, una idea, un ideal, algo, que aporte la luz que falta atrapada y escondida entre las cosas bajo las que vegetamos sepultados. Y es en este sentido también que el objeto fantasma es el objeto reprimido, la palabra prohibida, la verdad censurada, el recuerdo que se intenta olvidar a toda costa de la misma manera, y por las mismas razones, que la economía se encarniza por forzar el olvido de todos los objetos y de todas las formas de vida que han existido y que se han imaginado en la Historia, y que por mera comparación pueden generar una duda más que razonable y una crisis letal en el monopolio despótico de su máquina averiada y su supervivencia muerta. Y tal vez la reaparición de ese objeto fantasma, el regreso de ese Grial que nos faltaba, tal vez su sola presencia desharía el sortilegio que paraliza la acción individual y colectiva, devolviéndonos el sentido de la realidad que nos rodea y de los deseos que nos permiten aprehenderla iluminando de paso el camino de salida de su propia maldición, y de la nuestra.
Puede que ese objeto fantasma ya se esté revelando, y sólo habría que buscarlo allí donde sólo puede nacer: en aquellas revueltas que mejor o peor y con mayor o menor suerte contradicen al orden dominante, que es el mismo para el hombre y para el objeto, el animal, la planta o la piedra. Es allí donde ciertos objetos se han materializado como los emblemas y símbolos objetivados de la revuelta, pues como quería André Masson, hay que hacerse también una idea física de la Revolución. Desde luego, no resulta difícil detectar el emblema de la revuelta de aquel Diciembre griego del 2008 que provocó el asesinato policial de Alexis Grigoropoulos: si fuera un animal, sería Lukanikos, y si se tratara de un objeto entonces es el Árbol de Navidad gigante de la Plaza Syntagma que ardió en llamas frente al Parlamento, espectro consumido en el fuego de su delirio liberador, fantasma que se aparece en el desvelamiento de su propio esqueleto chamuscado, luz incandescente que despliega sus mejores galas rojas y negras deslumbrando la noche europea, hasta tal punto que “la imagen de un árbol de Navidad ardiendo en la plaza de Syntagma se convirtió en un poderoso símbolo de la revuelta. ¡Tan fuerte, de hecho, que en posteriores manifestaciones la policía mostró un mayor interés en proteger el árbol replantado que los bancos y tiendas de lujo de alrededor!”[9]. Precisamente la tarde del 10 de diciembre, cuatro días después del asesinato de Alexis, una manifestación convocada en Madrid en solidaridad con Grecia desembocó en una noche de graves disturbios, inaugurada por el ataque furibundo a la comisaría de la Policía Municipal de la calle Montera cuya entrada quedó destrozada por un diluvio de alegres objetos que por una vez encontraban la verdadera razón de su ser. Tampoco aquí sería complicado buscar el objeto fantasma de esta revuelta: sería la tapa de alcantarilla que se estrelló en primer lugar contra la entrada de la comisaría dando inicio a la fiesta de los objetos suicidas[10]. ¿No es acaso una tapa de alcantarilla el mejor objeto fantasma para el motín más salvajemente inesperado? Puerta y apertura que se hunde en el abismo permitiéndonos pasar al otro lado de la ciudad, allí donde los fantasmas vienen a nuestro encuentro, la tapa de alcantarilla comunica con las leyendas sobre túneles y pasadizos que Madrid atesora, mitología que alimentan novelas y películas como La Torre de los Siete Jorobados, y Siete fueron los detenidos por la manifestación del 10 de diciembre, o acciones como la convocatoria a la “apertura de puertas secretas para una deriva por el subsuelo de Madrid” efectuada por el Colectivo la Felguera, que terminó reuniendo entre otros muchos despistados y aventureros sin aventura…a la mismísima Unidad de Subsuelo y Protección Ambiental (sic) de la policía[11]. Por otro lado, ¿no sería la tapa de alcantarilla de la calle Montera la misma que aparece abierta en la fotografía que ilustra la portada del número 11 de La Révolution Surréaliste? ¿Y qué estaban mirando los dos obreros que aparecen a ambos lados de la abertura, inclinados y fascinados por su negrura? ¿Tal vez el túnel por el que se contemplaba desde el París de 1928 un motín madrileño de 2008? ¿Era esa misma tapa de alcantarilla la que reapareció esa noche en Madrid ochenta años después?[12]
Sea como fuere, si revisáramos las revueltas y rebeliones de los últimos años en busca de su objeto fantasma se podrían encontrar sin duda nuevos emblemas que unir al Árbol de Navidad y a la Tapa de Alcantarilla, incluso alguno tan pintoresco como el souvenir del Duomo de Milán que un buen día de diciembre de 2009 rompió la cara de Berlusconi, y su pacto fáustico de eterna juventud con el espectáculo, convirtiendo las humildes réplicas de la catedral en el regalo navideño favorito de los italianos en aquel año. Dejando a un lado los episodios bufos, y sin despreciarlos tampoco en tanto señales confusas pero significativas de la sed de venganza del inconsciente colectivo, lo cierto es que desde entonces hasta hoy, en el contexto de una crisis sistémica cuyo objeto fantasma bien podría ser un puñado de billetes quemados, no ha pasado mucho agua porque cada vez escasea más, pero sí sufrimiento, miseria, sangre y dolor, aunque tambien fuego, vida, utopía y deseo. Y mil y un fantasmas que recorren el mundo desde que Mohamed Bouazizi decidiera prender su mecha el 17 de diciembre de 2010, abriendo la espita de la llamarada en la que todavía estamos y queremos estar durante mucho tiempo más. Pero ningún fuego brota por generación espontánea, y siempre hay brasas más antiguas que comunican su calor a esta tierra que como la paja sigue estando seca y buena para todos los incendios, aunque tan sólo si la última llamarada logra consumirlo se aventan entonces las cenizas que la precedieron permitiéndonos comprender todo el espíritu y el sentido de una época, como un gran fresco que hubiera permanecido a oscuras excepto una de sus esquinas hasta que una mano bondadosa descorre el telón que lo ocultaba. Por ello, la venerable llama de tanta santa sangre del pueblo, que ya se había anunciado en los suburbios de Los Ángeles y las montañas de Chiapas, saltó a las banlieus francesas y a las asambleas de La Paz, de allí a Atenas, y del Árbol de Navidad de Syntagma a Bouazizi y los demás mártires a su pesar, árabes y no árabes[13], a los que sería no solo insultante sino también trivial considerar como Objetos Fantasmas de esta insurrección general entrecortada e imprevisible, incluso aunque lo fueran de la Libertad, pues su acto desmedido rompió cualquier cosificación y todo rol que la dominación les había asignado, para empezar la de la supervivencia.
¿No hay, entonces, un Objeto Fantasma de la Primavera Árabe y de todas las demás revueltas y algaradas que han procurado esconder su rostro y su nombre tras la máscara y la muchedumbre de gestos y deseos, para evitar en lo posible que ningún líder ni organización acapare una causa que es por definición multiforme, y por defecto todavía inconsciente de sí misma, de su poder y de su destino? Tal vez ese zapato que esgrimían los manifestantes como símbolo máximo de desprecio contra Mubarak o Ben Ali, y que ya antes había sido arrojado a la cara inexpresivamente imbécil de Bush hijo…y si de la Plaza de Tahir pasamos a la de Sol, no podría haber duda ni disputa posible a pesar de que durante la acampada desfilaran iconos de lo maravilloso insurgente tan deslumbrantes como la Tetera Gigante o el Sofá Inconsumible[14]: el Objeto Fantasma de aquel sobresalto colectivo que fue conocido como 15M es la tienda de campaña que se convirtió en su mejor arma, y que la policía temía hasta el punto de palidecer si en cualquier concentración asomaba su forma maldita sugiriendo la posibilidad de una nueva acampada; la tienda de campaña fantasma, sí, pues así levitó una de ellas, flotando y deslizándose de mano en mano en una marcha al Congreso de los Diputados que los antidisturbios detuvieron en la Carrera de San Jerónimo, y así se apareció ingrávida y espectral, volando en el cielo de la Puerta de Sol durante la celebración de las 12 campanadas de la misma Nochevieja de 2011, ante el disgusto y escándalo de los censores de RTVE que hicieron todo lo posible para ocultar su presencia[15]. Pero los Objetos Fantasma se multiplican al compás del latido de la rebelión, y así en la Plaza Taksim de Estambul seguramente se han encarnado en los árboles del parque Gezi que el pueblo no desea que caigan porque para caer ya está el Régimen, mientras que en Brasil es ese billete de autobús que subió 20 centavos hasta que la gente lo hizo bajar a golpe de manifestación y disturbio, porque no son 20 centavos los que la empujó a las calles de Sao Paulo y de todo el país, a no ser que se trate de un balón pinchado en lo que (también) es la primera revuelta contra el deporte de los tiempos modernos.
Y sin embargo, llegados a este punto puede que nos equivoquemos buscando el Objeto Fantasma de la revuelta en la plaza, la calle, el barrio o la ciudad, porque como ya se dijo en su momento, no hay un fantasma en el barrio, el barrio entero es el fantasma[16], y su nombre es Gamonal, o Sants, donde hay una excavadora quemada que podría presentar sus credenciales fantasmales con permiso de la torre mutilada de Can Vies cuyo simbolismo será multiplicado por el hecho mismo y doloroso de su falta, o cualquier y todos los barrios donde en palabras de la Federación de Asociaciones de Vecinos de Barcelona, un viento de revuelta anuncia un temporal[17].
Es en tal llevantada donde los Objetos Fantasmas arden de deseo por romper el espejo y el espejismo, y por manifestarse en la forma más material posible, aquella que reduce a nada y expulsa al Reino de las Sombras al mundo que aun moribundo se niega a morir del todo, para ocupar su lugar y reparar lo irreparable.
Pues aunque muchas veces sea verdad que solo una casualidad desata la reacción, que nadie pueda lamentarse nunca más, aullando con la voz rota de amargura y rabia, por el crimen eterno que no logra borrar tanto fuego malgastado en cuerpos innecesarios…y también equivocados, ya que sí que hay más madera, e infinitamente más culpable, que la que ha ardido hasta ahora. Y sólo a ese precio incalculable de dar fin al mundo de la economía, antes de que esta aniquile lo que queda del nuestro, cesarán las psicofonías irredentas de Mohamed Bouazizi, Ahmad Hashem al Sabed, Dimitris Christoulas, Plamen Goranov o aquella mujer de 47 años y tres hijos de Almassora cuyo nombre, como la de tantos otros hermanos caídos en esta guerra social ni convencional ni declarada, nos ha robado la hipocresía exquisitamente correcta de la dominación.
Sólo a ese precio.
Y si el Objeto Fantasma tiene alguno, es precisamente ese.
[1] Pierre Naville, Le temps du surréel, p. 77, Ed. Galilée, París 1977.
[2] André Breton, “Crisis del objeto”, 1936, en Antología (1913-1966), Siglo XXI, p. 116-117, México 1979.
[3] Como bien dice George Hugnet, “es necesario extraer el objeto de todos estos objetos, la vida de las cosas que yacen inertes por nuestra culpa, por ese aprendizaje ancestral de la realidad que nos aleja de lo real como las costumbres de la pasión” “L¨objet utile”, 1935, en Pleins & Délies, Ed. Guy Authier, p. 125, París 1972.
[4] Raoul Vaneigem, Historia desenvuelta del surrealismo, p. 72, Alikornio ediciones, Barcelona, 2004.
[5] Lino Gabellone, L´oggetto surrealista, p. 118, Enaudi Editore, Turín 1977.
[6] Roger Callois, “Especificación de la poesía”, 1933, en Acercamientos a lo imaginario, FCE, p. 13, México 1989.
[7] “Cuidado con los objetos domésticos”, 1936, en Claude Cahun, Institut Valencià d’Art Modern, p. 221, Valencia 2001. Como todo nos sigue apartando de ello, incluida cierta propaganda revolucionaria aunque no sea exactamente la estalinista (que también), merece la pena destacar la crónica del ciclo de charlas de Las mercancías mueren, las cosas despiertan. Jornadas sobre el objeto cuando todo se viene abajo (Ed. La Torre Magnética, Madrid 2013), donde se recogen testimonios y experiencias sobre la relación útil y utilitaria por todos los medios con el objeto de personas de todo tipo y condición, inevitablemente trabajadoras cuando hay trabajo, y en bastantes casos muy a su pesar porque sigue siendo no elegido, asalariado y abstracto.
[8] Jean Lorrain, Monsieur de Bougrelon, Editorial Cabaret Voltaire, p. 105, Barcelona 2006.
[9] El Diciembre Griego – un año después, Federación Anarquista de Gran Bretaña, Resistance nº 118, diciembre de 2009-enero de 2010, http://pt.indymedia.org/conteudo/newswire/108.
[10] Como relataba un perplejo periodista, “en un momento dado, uno de los concentrados lanzó una tapa de alcantarilla contra una de las cristaleras de la sede policial. A partir de ahí, cayó una lluvia de piedras, contenedores de basura y todo tipo de objetos, que destrozaron las lunas en segundos” (Grupos antisistema atacan a la Policía Municipal en Centro, El País 11-12-2008, http://elpais.com/diario/2008/12/11/madrid/1228998254_850215.html)
[11] Consúltese sobre tan sorprendente y regocijante episodio el texto de Servando Rocha “La acción directa y las palabras cautivas”, en el volumen colectivo Situación de la poesía (por otros medios) a la luz del surrealismo, Madrid 2006.
[12] Hay que destacar por otro lado que esta entrega de La Révolution Surréaliste ofrecía un fragmento de Nadja, en el que aquel espíritu errante que (no) atendía al nombre civil de Leona Delcourt se inquietaba por la descripción que Breton hacía en “El espíritu nuevo” del encuentro antes citado con una joven misteriosa de Aragon, Derain y él mismo. Más adelante, en un paseo por la orilla del Sena, Nadja se empeña en entrar en un patio de una comisaría de la Concergerie, donde no puede dejar de mirar “una ventana inclinada hacia abajo que da al foso”.
[13] Por poner un ejemplo entre tantos otros que los mass media silencian para que no cunda el ejemplo y sí la resignación, durante las manifestaciones y algaradas que sacudieron Bulgaria durante el invierno de 2013, y que en Julio volvieron a resurgir, se quemaron a lo bonzo seis personas como forma de protesta explícitamente política, despertando el pánico entre los funcionarios de la Mafia y el furor y la determinación entre los manifestantes.
[14] Afortunadamente tales prodigios han quedado consignados y documentados en El Rapto nº 7, dedicado en su totalidad al 15M y demás revueltas y conflictos de 2011 (http://gruposurrealistademadrid.org/ediciones/el-rapto-7).
[15] Incluso llegando a manipular en su página web “el video completo de las campanadas, de diez minutos de duración, por otro de sólo cuatro minutos, en el que curiosamente ya no aparece la imagen de la tienda de campaña que aparecía por sorpresa desde la parte izquierda de las pantallas” (RTVE censura la imagen de una tienda de campaña del 15M volando en Sol durante las Campanadas, http://kaosenlared.net/secciones/item/2867-rtve-censura-la-imagen-de-una-tienda-de-campa%C3%B1a-del-15m-volando-en-sol-durante-las-campanadas.html)
[16] Mariano Auladén, “Sombra no, luz en el espejo”, en Luz Negra nº 1, Madrid-Gijón 1980. Y en efecto, ya en la Valencia de 2009 se manifestaba “lo improductivo, afirmándose en un gesto decadente” como un “relampagueo esplendoroso de lo inútil” en un “edificio en ruinas ubicado en el área más degradada del centro de la ciudad” (Lurdes Martínez, “Diferentes niveles de concreción fantasmal en el centro histórico de la ciudad de Valencia”, en El Rapto nº 5). ¿Será una simple casualidad sin significado ni consecuencias, en ninguno de los muchos y heterogéneos pero complementarios planos de la realidad, el que más tarde se nos informara que aquel “edificio en ruinas” fue una vez la antigua sede del Ateneo Libertario Al Margen?
[17] La Favb sobre el desallotjament de Can Vies, http://www.favb.cat/node/861.
English Summary:
“Mirage and Materialization of the Object Ghost” is a reflection on a hypothetical Object Ghost that would personify the anxieties and neuroses of commodity fetishism and social decomposition, but which is also emblematic of revolt and its protagonists: the Object Ghost of the Arab Spring, of Syntagma Square in Athens, and of the 15,000 people who occupied Madrid’s Puerta del Sol. It starts with a consideration of the experience of disappearance from the perspective of the early 20th century and the beginnings of the surrealist movement; Pierre Naville, who defined his entry into surrealism at the moment of Paul Eluard’s temporary disappearance; the obsession with chance encounters with lost people and the backdrop of millions of lives who “disappeared” in the two world wars. But as to what fills the place of these disappearing objects, Rojo posits Object Ghosts, which operate, as he says, “when the years and decades go by, but memory does not.” The early surrealists had equally definitive encounters with the ghosts of disappeared objects. He then links this to the surrealist passion for the object, and in particular the found object. The relationship with commodity fetishism is explored; for surrealism it is a question of diverting and liberating the object from its utilitarian, pragmatic or industrial context. He hypothesizes that the surrealist object does not, as in Vaneigem’s accusation, simply pave the way for a contemporary fascination with commercial gadgets. Rather he proposes the surrealist approach as an inversion of commodity fetishism, which allows for the immunization of the object by means of a “unique, non-transferable and rabidly subjective desire”; effectively a negation of the gadget and its commercial mystique through so-called design and prestige. No object can be made to exist in a vacuum from the rationalist and ultimately capitalist, industrialist context under which it was manufactured or came into being; nonetheless the object always overflows the intended instrument; the utilitarian function of an object never fully justifies its form. Otherwise, there would be no “irrational residues” nor any “discovery and re-discovery” of the object; residues of which poetry furnishes so many examples. It is apparent that the object must be transfigured; but the character of this metamorphosis will heavily depend on whether it is officiated by poetry or by money. Yet “something is still missing”; that the object itself could be merely a substitution or a double for its opposite, standing in place of a missing something. This is the domain of the Object Ghost; born from the anxiety separating individual and social life and abstract labor which are sacrificed at the altar of profit. The Object Ghost is the repressed object par excellence; its reappearance perhaps the Holy Grail that will allow us to break the spell that paralyzes individual and collective action, giving us a back a full sense of reality and our own desires. It may be that this object is already revealing itself through those revolts which currently stand in contradiction to the dominant world order (Syntagma Square, Puerta Del Sol, The Arab Spring). Despite the apparent suddenness of these revolts, “no fire springs by spontaneous generation, and there are always older embers that communicate their heat to this land, which, like chaff, remains dry and good for fires…” He asks if there is an “Object Ghost of the Arab Spring and all the other revolts and uprisings that have tried to hide their face and their name behind the mask and the crowd of gestures and desires; to prevent as far as possible that a single leader or organization monopolize a cause that is by definition multiform; and by default still unconscious of itself, its power and its destiny?” If the Object Ghost can be procured for any price, he says, it is only at the price of ending once and for all the world of the economy before it annihilates ours; and at that price alone.